En 1828 nace en Virginia, EEUU, Andrew Taylor Still. Comenzó a preocuparse por las enfermedades y su curación tras fallecer su mujer y dos de sus hijos por meningitis. Entonces, decidió aplicar sus conocimientos en ingeniería y los que había podido adquirir más tarde sobre medicina para desarrollar un complejo estudio sobre la mecánica corporal y cómo ésta se modifica cuando la enfermedad se instaura.
Años de dedicación y estudio de la anatomía, fisiología y biología humanas junto a la creencia en Dios (Still fue hijo de un pastor) y en que él, sin duda, habría colocado la solución a la enfermedad en el propio cuerpo humano, dieron lugar a lo que hoy es la Osteopatía y a los cinco Principios por los que se rige:
1. La unidad del individuo. Still estudió profundamente la capacidad del cuerpo para mantener su equilibrio mediante la homeostasia. Es decir, la capacidad que todos tenemos para mantener nuestro organismo siempre estable e invariable llevando a cabo los intercambios de materia o energía necesarios para tal fin. Por tanto, una persona, no es la suma de sus partes, sino que ellas interrelacionan entre sí y lo que afecte a una afecta a las demás y viceversa. De tal forma que, para tratar a un individuo no se puede centrar la atención en una sola parte de él y no verificar que ocurrió en el resto: “En esta máquina, la más eminente jamás producida, -el motor de la vida humana- ¿podéis afirmar que una parte pueda ser sin importancia sobre el plan fisiológico?” A.T. Still.
2. La estructura gobierna la función: la más célebre afirmación de la Osteopatía. Función y estructura están relacionadas recíprocamente. Cuando algún tejido corporal presenta algún bloqueo, tensión, o desplazamiento que afecte como consecuencia a su estructura no podrá desempeñar correctamente su función fisiológica, tenga la persona ya síntomas, o no!
3. La ley de la arteria: la sangre es el medio de transporte de todos los elementos imprescindibles para asegurar la vida y para defendernos de las agresiones. Por eso, las arterias no pueden estar obstruidas y es necesario liberarlas ante cualquier disfunción o enfermedad que presente la persona.
4. La autocuración. Ya lo decía Still, Dios no ha podido colocar la solución a las enfermedades en un sitio lejano, en una planta o en un fármaco milagroso, lo habrá hecho en el sitio más sencillo y seguro, precisamente, dentro de él. Y así es, las heridas cicatrizan, los huesos fracturados sueldan, la fiebre cede, los virus y bacterias son aniquilados y expulsados,.. es el milagro de la capacidad de curación de nuestro cuerpo. En muchas casos, cuando nuestra naturaleza se ve obstaculizada, sólo hay que liberar las estructuras y dejar que el cuerpo del paciente obre su fuerza interna y haga el resto: recupere su salud.
5. La vida es movimiento. Cada célula del organismo tiene su propia movilidad, motilidad y respiración que, por supuesto, es imprescindible para su supervivencia. No hay mucho más que decir pues, lo que no se mueve, se muere.
Todas estas intuiciones de Still han sido corroboradas por la medicina convencional y los científicos. Sin embargo, se olvidan y se insiste en trabajarlas por separado, creando cada vez más especialidades médicas y cada vez más especificas. Olvidando y omitiendo el resto del organismo como si no existiera.
Es como si decidieras usar unas gafas efecto túnel para ver un paisaje,…está claro que pierdes perspectivas, en este caso, perspectivas de tratamiento. Esta es la gran diferencia entre las medicinas holísticas como la Osteopatía, la medicina tradicional china, la acupuntura,… y la medicina alopática o convencional, que busca la salud tratando un síntoma, única y exclusivamente allí donde esté.